Edmond Hart

Edmond camina siempre con paso decidido y el rostro lo suficientemente alto como para que los niños se fijen en él y ese rastro de éxito que deja a su paso, un olor dulce y atractivo que desde luego provoca en los niños el inconfundible deseo de ser agente del FBI. Ese aire de agente de película. A Edmond no le faltan ni siquiera las gafas oscuras, tras las que oculta una mirada aún más fría que los propios cristales. No sabe si se trata de no mostrar sentimientos, sólo sabe que es lo que le ha llevado a donde está.

En su oficina se sienta siempre a la espera de recibir información. No le importa demasiado si llegan o dejan de llegar casos, él no se mancha las manos. Ya no es el novato que mandan a los peores lugares, a enfrentarse con los peores asesinos en misiones suicidas. Pero él ya estaba harto de acumular cicatrices y las felicitaciones de sus superiores, por eso había mirado más alto. Había mirado hacia la cumbre, y ya estaba a punto de alcanzarla.

Desde luego que no, que ya no era ese joven inexperto que siempre andaba a la sombra de su gran maestro y amigo, Douglas. Ahora simplemente se sentaba en su despacho cerrado a teclear desde su ordenador en su traje impecable, porque él ya no hacía trabajo de campo, ya era todo un agente del FBI, de los de arriba. "Qué vida más monótona", dirían algunos. Pero su único objetivo era no acabar como Douglas, que vivía por vivir, sólo por resolver un caso más. Edmond era ambicioso. Edmond quería formar una familia, y poder decirles cada día "te veo esta noche", y volver al final de la jornada para escucharles hablar de sus aburridos días en el trabajo o en el colegio. Estaba harto de la acción, del no hacer planes porque, ¿quién sabe cuándo van a matar a alguien? ¿Cuándo vas a tener que verte las caras con un asesino en serie? Porque, ¿quién sabe si seguirás vivo mañana? Él a su dulce monotonía la llamaba, simplemente, "vida".



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