jueves, 5 de septiembre de 2013

Capítulo 7.

Gira la llave con torpeza. Más torpeza aún que la utilizada en introducir ésta en la cerradura. La puerta se abre sin rechistar. Ni siquiera un crujir de las láminas de vieja madera que cubren el suelo de una manera un tanto irregular alertan a sus pensamientos, que están en otra parte. Muy lejos de allí, de su viejo apartamento, incluso de sus días. Sus solitarios y vacíos días.

Sus pasos parecen los de un inexperto infante que va en busca de algo a lo que atenerse con fuerza, aferrarse para no caer al abismo. Una metáfora no tan metafórica. Bajo su brazo, sujeta una carpeta, esa carpeta negra que a ojos de cualquiera sería todo un misterio. Todos sus movimientos son realizados con lentitud, incluso su caída hacia el sofá resulta pausada. La carpeta cae al suelo. Él cae al abismo.

Una botella de whiskey barato le espera bajo el sofá. Está empezada, y el cristal de sus esquinas se encuentra picado. Se cayó el otro día, cuando también iba borracho. La recoge y, por un momento, se plantea levantarse a por un vaso en el que verter el whiskey y poder mezclarlo así con un par de cubitos de hielo en los que se hayan congelado sus angustias. Pero resulta demasiado para un tipo que, de su día, sólo recuerda el dejar la oficina y meterse en el bar. Da un largo trago directamente desde la botella.

 —¡Joder! -grita con fuerza.

Y se desgarra la garganta mientras escupe ese líquido que parece acabar con sus entrañas. Rápidamente, se preocupa de que la carpeta siga limpia, intacta, sana y salva. Y la mira detenidamente durante unos segundos, mientras un huracán de pensamientos azota su subconsciente.

—Qué gilipollas soy, mierda...

Se levanta sintiéndose pesado, se frota la cara. La piel de su rostro comienza a estar flácida, y es que los años no perdonan. ¿Cómo van los años a perdonar que él siga su vida sin ella? Se descalza en un gesto ágil. Probablemente lo más ágil que haya hecho en todo el día. Y, como continuación, se deshace de su chaqueta, de su corbata e incluso se desabrocha la camisa. Se dirige a la cocina, son tan sólo unos metros los que le separan de una buena cafetera, no como las que el FBI les proporciona en el área de descanso. Y mientras escucha el café hacerse, gota a gota, mientras huele cada grano del más puro café arábigo, se siente como un fracasado y un traidor. Un fracasado en la vida. Un traidor a sus prioridades.

Café en mano, sus pies descalzos disfrutan sintiendo la beta de la madera en su piel. Un trago, su cerebro lo agradece al instante. Y tras recoger la carpeta, se sienta en una pequeña mesa con un flexo de escasa potencia como única iluminación. La ventana está abierta, afuera comienza a llover y el viento que entra ayuda a que Douglas, por fin, se concentre en lo que de verdad le importa: Grace.

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