jueves, 22 de agosto de 2013

Capítulo 5.

Ya en la absoluta soledad de la única compañía de su respiración, Douglas se permitió a sí mismo relajarse por un instante, quizá la primera vez en muchos años, siempre y cuando descartemos todas esas borracheras de copas más llenas de angustia que de whiskey, que desde hacía ya tiempo se habían convertido en sus compañeras nocturnas, mucho más puntuales que cualquier otra mujer.

Se encerró en uno de los diminutos cubículos del servicio de la oficina, sin saber cuánto tiempo le iba a llevar recomponerse de lo que estaba por ver. Al menos, esperaba que nadie entrara gritando su nombre con una urgente consulta sobre unas nuevas pistas o cualquier avance. Por primera vez, deseó que el caso transcurriera con lentitud, y la consciencia de ese deseo le hizo sentirse egoísta. Pero, ¿acaso eso le importaba? En esos momentos, desde luego que no.

Un largo suspiro. Ese largo suspiro previo a lo que podría llamarse un suicidio. El aire del servicio resultó insuficiente para reunir las fuerzas que le hubiesen gustado para sentirse seguro sobre sus movimientos... Pero qué más daba, si llevaba ocho años viviendo ya sin fuerzas, tampoco esperaba encontrarlas ahora. Así que abrió la carpeta, y topó de nuevo con la nota de Edmond. Susurró un "gracias" sincero y profundo para sí, justo antes de abrir la carpeta definitiva.

De repente, todo se le quedó pequeño. La corbata le asfixiaba, le faltaba el aire, las paredes estaban por precipitarse sobre su cabeza... Incluso el mundo parecía haber encogido inesperadamente. Todo menos los archivos, que se erigían ante sus ojos enrojecidos de dolor cada vez más grandes. Una imagen. Tan sólo una imagen La melena de Grace, completamente ensangrentada. Su cuerpo pálido, más blanco, más rígido, yacía sin vida tal y como recordaba aquella noche, sobre ese mismo suelo en el que la había hallado hacía ocho años. ¿Ocho años ya? De repente, le parecieron demasiados, porque se sentía allí, era como si el tiempo se hubiese congelado en aquella misma noche, como si el alcohol ni siquiera hubiese intentado desinfectar todas y cada una de sus heridas, todas y cada una de sus lágrimas, de sus gritos, de sus puñetazos...



Se sorprendió con la inconfundible sensación de la mano de Edmond sobre su hombro, siempre cálida, mucho más que esa inútil manta térmica de la que se había deshecho en el mismo instante en el que un amable médico le dijo "Está en shock, Patterson, tápese, todo irá bien". Vaya mentiras que se dicen en esos momentos.
Edmond quiso preguntar, pero ¿de qué habría servido? Si su camisa, antes blanca, ahora roja, hablaba por sí sola. Sus ojos gritaban por dentro. Sus manos escapaban a su control. Sus labios apretados, que sin decir nada, lo decían todo.

—Sólo salí a comprar algo para cenar... —musitó Douglas con la mirada perdida en el cordón policial, tras el cual su vida parecía haberse quedado paralizada, muriendo poco a poco a la vez que el último aliento de Grace se alejaba cada vez más de él— No entiendo nada.
—Doug...

Douglas alzó la mirada, todavía desde la ambulancia, hasta los oscuros e inexpresivos ojos de Edmond. Pero un nudo se apoderó de su garganta, y tan sólo encontró fuerzas para sentarse junto a él y decir:

—Puedes quedarte en mi casa el tiempo que quieras. A los dos nos han desplazado del caso, como comprenderás...

Douglas no dijo nada. No hizo nada. Fingió no sentir nada, mientras por dentro le ardía cada palabra, le ardía cada bombeo de su corazón, soñando ya con la venganza... O mucho mejor, soñando con despertarse junto a ella una mañana más, y pedirle nada más abriera los ojos que prometiera no abandonarle jamás...



Y ahí estaba, esa V... Esa V que no era nueva para él. Esa V sobre su cuello, una V de sangre, otra V más. Salió del servicio con energía, mientras una lágrima se evaporaba de su mejilla sin ayuda alguna, como si una inyección de adrenalina le hubiese sido inyectada.

—La V, la V de la víctima no es de Venganza —dijo con voz firme, sin que sus miedos temblaran sobre sus cuerdas vocales.

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